Desde hace algún tiempo, y de manera periódica, los agricultores y ganaderos suelen aparecer en los medios de comunicación para denunciar que el diferencial del precio que perciben ellos por sus productos y el que los clientes pagan en la tienda se ha incrementado injustificadamente. Al mismo tiempo, nos envían el mensaje subliminal de que la actividad productiva -que es la “principal”- está peor remunerada que las de distribución y venta, más “secundarias”. En sus quejas, llegan a calificar de abusivo al sector de la distribución
En disconformidad con esas manifestaciones, parece conveniente decir que el precio que los clientes pagaban por las especies en la edad media eran muy superiores al que Marco Polo pagaba a los productores en Malaca. Y no vale decir que entonces se utilizaban los barcos de vela y ahora el avión porque los agricultores actuales también se benefician del tractor, los fertilizantes y los invernaderos. Lo cierto es que el diferencial de precios se ha reducido y mucho.
Y cuando se pretende categorizar las diferentes actividades que coadyuvan a poner cualquier producto a disposición del cliente, hay que recordar el clásico ejemplo del fumador que necesita, con igual importancia, el papel, el tabaco y la cerilla; los tres son complementarios y, aisladamente, ninguno puede satisfacer la necesidad del fumador. Un gallego no tiene ningún interés en comprar un plátano que está en Canarias; solo lo quiere puesto en su ciudad, en su barrio y, últimamente, en su domicilio. Así que, para él -que es el que paga- tan importante es la producción como el transporte y la distribución. Tratar de categorizar esas actividades es tan absurdo como pedirles a los productores que nos digan si es más importante la siembra que la recolección.
Sin pretender comparar, reconociendo a los agricultores su fundamental tarea y el derecho a obtener un precio justo por ella, habría que preguntarles, como clientes -que también son- qué diferencial de precio les parece justo incrementar para retribuir al frutero que todos los días -a las 4 de la mañana- va al Merca que corresponda, transporta la fruta hasta su local, y atiende a los clientes durante toda la jornada.
Por otra parte, el precio no es un valor absoluto para medir la importancia de las cosas. Hoy, nadie cuestiona que las patatas son mucho más importantes y valiosas que los diamantes, aunque sean más baratas. El precio se rige por las reglas de oferta y demanda que varían en cada circunstancia. En situación normal, sería ridículo pretender que el precio de las patatas fuese similar al de los diamantes y, sin embargo, sabemos que, en determinados momentos, por una lata de sardinas se ha podido pagar un precio más alto que por un collar de perlas.
Así que , todas las actividades humanas son importantes y no debemos juzgarlas por el precio que pagamos para retribuirlas. Pero, en defensa del comercio hay que decir que es muy posible que haya habido descubrimientos científicos -y de cualquier otro tipo- que, al no haber sido comercializados, no han sido suficientemente aprovechados por la humanidad. Descubrimientos que, por las razones que sean, no han llegado a los circuitos comerciales, no han sido divulgados y no han podido aportar nada al bienestar de los hombres. En definitiva, descubrimientos humanos que se perdieron porque sus descubridores no quisieron, o no supieron, aprovechar el beneficio del comercio.
Así que, amigos productores, aunque nada tenemos que objetar a sus reclamaciones, sería deseable que sus quejas no les lleven a atacar al comercio que, en nuestra opinión, es su aliado natural.
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