LOS CACHORROS DE LUZÓN
Seguro que muchos habrán tenido la misma sensación. Pero la mayoría de los que llegamos a ECI en las décadas de los años 60 y 70, en nuestro primer día pensamos que ese no era el mejor momento para conocer la empresa porque aquello era un tren que corría a gran velocidad y nadie disponía de tiempo para enseñarnos nada. Nos dieron la pala para echar carbón a la caldera y, mientras ejecutábamos aquella sencilla tarea, nos explicaron bastante deprisa lo que teníamos que hacer aquel día para mantener el tren en marcha. Ya habría tiempo más adelante para hablar tranquilos -nunca llegó-. Pero, en aquel momento, solo tocaba palear carbón como locos. Y esto me lo explicaba un adolescente, vestido de adulto -con corbata- que parecía venir de su primera comunión.
Este adolescente era uno de los muchos que vi al llegar y que hizo que aquello me pareciese el pabellón de deportes de un instituto. Unos pocos maestros, bastante jóvenes, al mando de un enjambre de chicos y chicas que no paraban de moverse. El ruido de las calculadoras, grapadoras, sillas, ficheros, etc. no impedía la comunicación entre ellos. Al poco, cambió mi percepción. Ya no me parecía un gimnasio sino la sala de mandos de un submarino. Aquellos chicos conocían perfectamente su trabajo, recibían las instrucciones con claridad y ejecutaban las tareas con una gran precisión a pesar de lo angosto que era aquel sitio. Estoy hablando de las oficinas de Luzón.
Aquellos cachorros de Luzón fue la primera y grata impresión que obtuve de la empresa. Yo ya conocía a adolescentes trabajando; tenía 23 años y solo unos pocos años antes era como ellos. Pero en mis anteriores empresas, los “aprendices“ se limitaban a aprender y realizar tareas de tipo auxiliar: ordenar, ensobrar, etc. El uso de máquinas, por supuesto, era exclusivo de los adultos.
Pero aquí, como he dicho, no era así. Los maestros no daban abasto a dirigir el enjambre y todos los aparatos eran manipulados con gran destreza por aquellos chicos y chicas que parecían disfrutar contorsionándose, buscando posiciones y secuencias de movimientos que permitiesen obtener un mayor rendimiento de las máquinas. Aquello era de circo.
No todo era ejercicio físico. Muchos de aquellos muchachos gestionaban cuentas de clientes. Tenían encomendada la tarea de administrar y cobrar muchos millones de pesetas. A pesar de su corta edad, su responsabilidad, medida en términos económicos, era mayor que la de algunos directores de agencias bancarias. Su rendimiento era increíble y explicaba de alguna forma el éxito de aquella empresa.
Muchos compaginaban el trabajo con el instituto o la escuela. Pero, ojo. No estoy hablando de estudiantes que trabajaban sino trabajadores que estudiaban. En ECI la prioridad era el trabajo y muchas clases se perdían. Aunque es justo reconocer que sus comprensivos mandos dieron todas las facilidades posibles para proseguir los estudios.
Aquellos adolescentes crecieron, fueron a la mili -en su caso a descansar- aunque los que pudieron compaginaron el trabajo con el servicio militar. La vuelta de la mili suponía en ECI la mayoría de edad. A partir de entonces, ya eran trabajadores plenos con los que se podía contar para desempeñar funciones directivas y la mayoría de ellos han ocupado puestos de alto nivel.
Desde que los conocí han transcurrido más de cincuenta años. Aunque algunos ya son abuelos, yo he continuado siendo mayor que ellos y, siempre que vienen a mi memoria aquellos tiempos, no puedo evitar recordarlos con una mezcla de ternura y admiración. Quiero pensar que, en conjunto, aquellos cachorros se sienten satisfechos de cómo les ha tratado la empresa y la vida. A mí me consta que continuaron trabajando duro y bien y que todo lo que han logrado ha sido merecido. Para los que los conocimos y tratamos han sido un ejemplo de juventud comprometida y demostración práctica de la fuerza que se obtiene con el motor de la ilusión.
Todo esto referido a los chicos. Las chicas, como ya hemos dicho en otras ocasiones, no alcanzaban nunca la mayoría de edad y, desafortunadamente, se las continuaba tratando con cariño pero sin ningún otro reconocimiento. Ellas seguían trabajando sin esperanza de futuro profesional hasta que se casaban y se marchaban porque, aunque luego cambió, a ECI no le interesaba entonces aprovechar el talento de sus magníficas mujeres que, cuando chicas, nunca desmerecieron de sus compañeros masculinos. Lo más admirable de ellas es que, a pesar de todo, conservaron el buen talante y, sin rencor, propiciaron un magnífico ambiente de trabajo que todos recordamos con nostalgia y agradecimiento.
He hablado de las oficinas de Luzón porque el impacto de aquellos muchachos/as lo recibí allí. Pero me consta -después los he conocido- que cachorros de ese temple los ha habido en muchos otros sectores de la empresa. En concreto, he conocido compañeros que se iniciaron como cachorros en los dptos. de Caja y Expedición y, por lo que ellos me contaron, su historia es muy similar a la que aquí cuento.
Mi reconocimiento y admiración para todos ellos.
Cierto... no solo se van a poder equivocar los gestores actuales, debe leerse 1968. Perdón !!😂