Desde hace años, una corriente de opinión muy poderosa nos viene transmitiendo la idea de que hacer ejercicio físico es bueno y saludable. La mayoría de los médicos también son enemigos irreconciliables del sillón y, sobre todo a los mayores, no dejan de darnos la lata con la recomendación de que hagamos mucho deporte.
Como siempre he hecho caso a los médicos, lo primero que hice cuando me jubilé fue apuntarme a un gimnasio y todas las mañanas -haga frio o calor (incluso en la pandemia)- allí estoy poniéndome “cachas”. No parece que me vaya mal y, aunque yo me siento bien, tampoco puedo asegurar que sea tan beneficioso como dicen. Lo que sí puedo afirmar, con rotundidad, es que ir al gimnasio todos los días es un auténtico coñazo por lo aburrido que resulta. Hago 45 minutos de musculación en la sala de aparatos y otros 45 de natación libre. Los primeros 45 minutos -los de la sala- los soporto gracias a los auriculares conectados a un aparato de radio. Así, mientras hago los ejercicios, escucho las noticias o cualquier otra cosa.
Pero en la piscina no cuento con el recurso de la radio y los 45 minutos se hacen muy largos. Como remedio, mientras estoy nadando intento dejar la mente en blanco, pensar sobre cualquier cosa y permitir que aparezcan lo que yo llamo “tonterías de la piscina”.
Normalmente son temas livianos relacionados con la familia o amigos. Algunas veces me imagino situaciones insólitas o fantasías que me hacen gracia y, cuando llego a casa, las escribo por si en algún momento me apetece desarrollarlas más ampliamente. Algún día es posible que relate alguna de ellas.
Pero otras veces surgen asuntos trascendentes que pueden ser de utilidad para todos. Y uno de ellos, fruto de varias sesiones de natación, me ha permitido resolver un enigma que, hace mucho tiempo, me venían planteando los compañeros que se habían jubilado antes que yo. Ellos me decían que, en la jubilación, no eran capaces de hacer todas las cosas que habían imaginado durante su etapa activa. No sabían por qué; pero lo cierto es que el tiempo les daba para hacer mucho menos que lo que hacían antes. Cuando me lo contaban, yo pensaba que eran imaginaciones seniles, pero cuando me jubilé comprobé que era cierto. Yo tampoco podía hacer todo lo que pensaba. ¿A qué se debe esta menor actividad?, ¿Cuál es el misterio?
Resolver ese enigma ha sido objeto de varias de mis tonterías de piscina sin encontrarle explicación. Hasta que un día, ¡Zas!, se me iluminó la mente y desentrañé el misterio. Los jubilados no hacemos todo lo que habíamos pensado cuando estábamos en activo porque, ahora, dedicamos una gran parte de nuestro tiempo a cambiarnos de ropa.
Y es que, antes de la jubilación, los que no usábamos uniforme, nos vestíamos por la mañana, nos poníamos la corbata y ya no nos la quitábamos hasta por la noche. Así que nos vestíamos y desnudábamos una vez al día. Pero ahora, por la mañana me visto, me pongo las zapatillas y desayuno. Enseguida, salgo a por el pan y algún otro recado y, para ello, tengo que ponerme zapatos y otra ropa para salir. A la vuelta, me preparo para el gimnasio, zapatillas y chándal y marchando. Llego al gimnasio, me despojo del chándal, me pongo pantalón y camiseta y, venga, a hacer ejercicio. Cuando finalizo, me quito el pantalón, zapatillas y camiseta porque tengo que sustituirlos por las chanclas y el bañador. Cuando termino la natación -con mis tonterías- abandono el bañador y las chanclas para ducharme. Luego de secarme, me pongo el chándal y las zapatillas y vuelvo a casa donde, otra vez, me desnudo para ponerme la ropa y las zapatillas de estar en casa. Si no ocurre ninguna anomalía, llega la hora de comer habiéndome ya cambiado ocho veces de ropa. Ni los actores de teatro se cambian tanto. Y por la tarde, no hay quien te quite otras tres o cuatro transformaciones.
Así que, en conjunto, y dependiendo de lo rápido que seamos en la operación, pienso que podemos dedicar dos o tres horas al día a la dichosa tarea de cambiarnos de ropa. Sorprendente, ¿no?.
Resuelto el enigma, y diagnosticado el mal, procede aplicar algún tipo de remedio eficaz. Por mi parte, además de proponer a todos una tempestad de ideas sobre el asunto, me pongo inmediatamente a buscar soluciones y prometo informar de los resultados.