Vivo enfrente de un colegio público. Esta mañana, otro día más, a las 8.45 horas, mi mujer y yo hemos disfrutado del magnífico espectáculo que nos depara la apertura de puertas del colegio.
Aunque el guion es siempre el mismo, con actores diferentes el espectáculo varía cada día. Lo único que no varía es la duración. A los quince minutos justos, finaliza el acto.
Hoy no ha habido ruido de bocinas. El taxista, el camión de reparto y los demás conductores afectados, han sido pacientes y soportado estoicamente el monumental atasco provocado por los coches en doble fila y los numerosos niños y padres mezclados entre ellos.
A consecuencia de la pandemia, el protocolo de entrada exige que los alumnos se agrupen, por clases, en puntos determinados del exterior del colegio. A las 8.45 en punto comienzan a entrar los más pequeños. Para ello, cada profesor/a, siempre por el mismo orden, sale a la calle, recoge a sus alumnos y, en fila -agarrados al de delante- penetran al recinto del colegio y continúan la formación hasta llegar a su aula.
Hay nueve clases de pequeños. Alguno de los más canijos -deben tener apenas tres años- se agarran a las piernas de sus padres y se resisten a entrar; en estos casos, la profesora lo coge y se lo lleva en brazos. Desde arriba, vemos que, al poco tiempo de entrar en el patio, el niño/a ya se ha conformado y se incorpora normalmente a la formación. A estos mismos canijos, los escalones de un tramo de escaleras que tienen que subir les llega a las rodillas y ahí la formación se rompe un poco porque tienen que ayudarse de las manos y trepar. Da gusto verlos maniobrar y relacionarse entre ellos. A nosotros nos producen una especial ternura los que llevan gafitas.
Comentamos lo bien equipados que van los niños. En invierno, todos con su anorak, gorro y bufanda, complementado con un buen calzado. Cuando llueve, los paraguas hacen que las filas parezcan ramilletes de pequeñas setas. No hay duda de que tienen mucho mejor aspecto que el que teníamos nosotros a su edad. Es claro que se ha mejorado mucho la especie.
Después de los pequeños entran los mayores -éstos más rápido porque no necesitan escolta- e inmediatamente -como ya he dicho, a los quince minutos justos- las puertas se cierran, los coches desaparecen y la calle se queda absolutamente tranquila.
Seguramente que, en otros barrios, mis hijos y nietos han vivido algo parecido. Cuando acaba el acto, todos los niños están en el colegio, los padres en su puesto de trabajo y toda la ciudad, como una inmensa orquesta, comienza a interpretar la misma sinfonía que, durante siglos hemos ido perfeccionando y que se podría titular “Nuestra manera de vivir”.
En esta etapa, nosotros -los jubilados- podemos disfrutar del espectáculo. Cuando éramos participes de la orquesta no teníamos tiempo para el disfrute; como les ocurre hoy a los que, más jóvenes y mejor preparados que nosotros, manejan ahora los instrumentos que fueron nuestros.
Los primeros compases los han dado los empleados de Mercamadrid y los del metro y autobuses. Otros muchos ya están sonando en las fábricas y oficinas. También los reponedores llenando las estanterías de los supermercados donde, dentro de poco, las amas de casa se acercarán para proveerse. Y lo mismo ocurre con la aperturas de farmacias, los servicios de bomberos, policías, sanitarios,….. y todos los demás que participan en la orquesta y que se disponen a interpretar, otra vez, la diaria sinfonía. Y, como casi siempre, les saldrá un poquito mejor que ayer. Es posible que algún elemento desafine, pero la orquesta es tan grande que los desaciertos quedarán diluidos y no afectarán al más que probable éxito de la interpretación.
A mi mujer y a mí nos gusta pensar que también nosotros hemos contribuido a mejorar esa orquesta que ahora suena bastante mejor que cuando nosotros nos incorporamos a ella. Desde luego, es indudable que la ciudad está viva y funciona.
Muchas veces, con razón, criticamos la gestión de los políticos que han abusado de sus cargos en beneficio propio. Pero también es justo reconocer que, a pesar de algunos desmanes, su labor conjunta ha resultado eficaz contribuyendo a la creación de unas estructuras colosales que posibilitan el buen funcionamiento de la orquesta. Pensar en la red de alcantarillado que disfrutamos, el metro, la conducción de agua, los parques, etc. nos hace ver que construir una ciudad partiendo de cero es inimaginable. Que lo que ahora disfrutamos es la consecuencia de una evolución positiva de toda la sociedad que, dando muchos pasos adelante, y alguno hacía atrás, continúa mejorando el bienestar de las personas y dejando sin argumentos al pesimismo.
Y es que, observando la cotidianidad, y el eficaz comportamiento del conjunto de la sociedad, se llega a la conclusión de que el futuro necesariamente tiene que ser visto con optimismo.