Tras la publicación de “Los cachorros de Luzón”, aunque cariñosos, se ha recibido algún reproche por no hablar de los cachorros de tienda, que también los hubo.
Bueno. No parece necesario aclarar que cada uno habla de lo que conoce . Si el que escribe el relato aterrizó en Luzón, es lógico que el impacto de empresa lo recibiese allí y que intente contarlo tal como lo vivió. Eso no implica desmerecer a nadie. Al contrario, la magnífica impresión causada por aquellos cachorros de Luzón no disminuyó cuando amplié mis conocimientos de empresa y continué conociendo a otros empleados, personas y compañeros increíbles que me han enseñado multitud de cosas y que ratificaron la gran impresión inicial.
No todo ha sido color de rosa. Como es natural, también han existido desencuentros y discusiones. Y con algunos hemos conectado mejor que con otros. Pero, en conjunto, el colectivo ECI han sido para mí un ejemplo de compromiso con unos valores de empresa que, como he dicho en otras ocasiones, a mí -y supongo que a la mayoría- me ha mejorado como persona.
Dicho esto, y acusando recibo del reproche, he vuelto a revisar la publicación, he actualizado conocimientos y llegado a la conclusión de que el reproche es inmerecido. Y me explico.
En el artículo se hablaba de Luzón pero también se decía que sabíamos de cachorros que había habido en otros departamentos. En concreto, se mencionaba su existencia en Caja y Expedición.
Y hablando con compañeros que se iniciaron en esos departamentos me dicen que, en la tienda, todos los aprendices provenían de aquellas áreas. Habrá excepciones, pero lo corriente es que con quince años se entrase en expedición y que, alrededor de los diecisiete, se incorporase a un departamento de venta como Ayudante de vendedor. Así que, me parece a mí, que mencionar a los cachorros de expedición y caja es hablar de los cachorros de tienda. No obstante, el camino está abierto a cualquier compañero/a que desee ampliar la información sobre este magnífico colectivo.
Durante la conversación, y ampliando el cuadro de anécdotas, me cuentan que en expedición, aunque las propinas estaban prohibidas, se solían aceptar y arriesgarse a las graves reprimendas. Y que había barrios, como el de “La Pela” al que no querían ir porque les recibían doncellas con cofia o mayordomos que no daban nada. También me han contado que el aumento espectacular de los envíos hizo que los vendedores, camino de sus casas, entregaran el paquete que mejor les viniese y que D. Ramón, en coche, acompañase la entregase de siete u ocho paquetes diarios.
Luego los que se incorporaban a la venta, como ayudantes, recibían varios sobrenombres. A modo de ejemplo, los “Pongamés” porque solo se dedicaban a despachar calcetines o ropa interior, donde los clientes se limitaban a decir: Póngame tal…., o los “Forreros” porque, en tejidos, solo atendían este tipo de telas.
Estas son algunas de las cosas que pueden ser aclaradas y ampliadas por los que las vivieron. Seguro que su testimonio hará aumentar la buena opinión que tenemos de los cachorros de toda la empresa que tanto contribuyeron a su engrandecimiento y prestigio.
Mientras esperamos esas aportaciones, no me resisto a la tentación de recordar que todos los cachorros alcanzaban la mayoría de edad, en ECI, cuando cumplían el servicio militar. A la vuelta de la “mili”, ya se les consideraba adultos y comenzaban entonces su carrera profesional. Aquí, hay que honrar nuevamente a una parte muy importante de aquel colectivo que, desafortunadamente, no fue debidamente recompensada. Me refiero a las chicas que soportaron estoicamente la injusta discriminación y que, a pesar de todo, no cayeron nunca en el desánimo. Aunque tenían motivos para ello, nunca se avinagraron, nos dieron lecciones de madurez y nos regalaron su alegría y buen humor. Afortunadamente, parece que aquella vieja discriminación ya desapareció. ¡Olé por todas ellas!