Aunque El Corte Inglés todavía no ha alcanzado su primer siglo de vida -para el mundo empresarial, es casi una niña-, creo que no me equivoco al decir que ECI es la empresa en la que han trabajado mayor número de españoles vivos. Intuyo que debemos pasar de trescientas mil las personas que, en periodos más o menos largos, hemos pertenecido a la nómina de ECI. Ninguna otra empresa puede presumir de eso.
Todo ese gran número de personas, en mayor o menor medida, hemos contribuido al engrandecimiento y prestigio de ECI. Pero a lo largo de su historia pueden destacarse las actuaciones de determinados empleados/as que, por su singularidad, llegaron a alcanzar una mayor notoriedad. Algunas de ellas continúan vivas y ya habrá ocasión de glosar su aportación.
Pero, en esta sección, se trata de recordar la figura de aquellos compañeros/as, ya fallecidos, y que a alguno de nosotros nos parece que han tenido una actuación especialmente relevante.
Y, no como la más importante, pero sí como la primera figura que me viene a la mente para aparecer en esta sección, deseo hablar de CÉSAR CONDE
Paradójicamente, pretendo ensalzar los méritos de una persona a la que apenas conocí y con la que no tuve ningún tipo de relación profesional; nuestros caminos nunca llegaron a encontrarse. Así que no puedo aportar datos concretos; hablo de las sensaciones que dejaron en mí sus realizaciones al adjudicarle a él, acertada o equivocadamente, la responsabilidad de la decoración de los centros comerciales durante los últimos treinta años del siglo XX.
La imagen que El Corte Inglés transmitía -gracias a él y su equipo- era la de modernidad y constante evolución para estar siempre en la vanguardia del estilo urbano. El buen hacer de César, y su exquisito gusto, conseguían que visitar nuestras tiendas significara, para muchos, una experiencia lúdica y una oportunidad de conocer las últimas novedades mundiales en el sector de la decoración de interiores. Recuerdo que a mí me gustaba bromear diciendo que ECI debía cobrar por permitir la visita a nuestros centros porque, en aquel entonces, las tiendas de ECI eran los mejores museos de modernidad y los que se presentaban mejor decorados.
Sé que sonará aberrante. Pero yo he visitado bastantes museos y en ninguno he disfrutado tanto como viendo, en el dpto. de menaje de cocina, sartenes de todos los tamaños, sacacorchos originales y otros utensilios sorprendentes. Y la misma satisfacción me producía el dpto. de Librería, el de Imagen y Sonido, Ferretería, etc., etc., etc. En muchísimos puntos de nuestras tiendas tenía la sensación de estar en una gran exposición de productos fabricados por el hombre como ejemplo positivo de su evolución. Y me gustaba pensar que millones de personas habían participado en el diseño, fabricación y distribución de aquellos productos que se ponían a nuestra disposición para hacernos la vida más placentera.
Pero, con ser importante la cantidad y la variedad, los productos no estaban amontonados. Aparecían perfectamente expuestos por los dependientes que, supongo yo, aplicarían reglas establecidas por el departamento de decoración. Y, de ahí, mi gran admiración por ese departamento que personalizo en César Conde.
No es posible saber que hubiese sido de César si no hubiese trabajado en ECI. Lo razonable es pensar que él debía tener dotes de genio y que encontró en El Corte Inglés un buen campo de actuación para su capacidad creativa. Igual que le sucedió a compañeros de otras áreas, la clara apuesta de la empresa por la innovación, el compromiso de ofrecer siempre a la sociedad lo último y lo mejor, y, sobre todo, la gran confianza depositada en sus profesionales, ofreció a César Conde la oportunidad de desarrollar su gran talento y él lo supo aprovechar para bien de la empresa y de todos nosotros.
En mi opinión, si hubiese existido un premio Nobel de decoración, César Conde habría sido un candidato seguro. q..e.p.d.
BUEN TEXTO, y bien escrito